Por fin, después de una noche
sin apenas descanso por la inquietud, llegaba la tarde del día 26 de enero.
Quedamos en la rotonda de
Balaídos para salir, mi corazón galopaba desbocado y apenas lo contenían los
abrazos que daba a mis compañeros que entre risas me anunciaban que había
llegado el momento. Nos repartimos en tres coches.
Yo llevé el mío acompañado de tres pesos pesados: Dani Corvo, Chema Carpintero
y mi Sensei de la montaña Fernando. Durante las tres horas que
duró el trayecto todos los temas de conversación giraron en torno a las
carreras, yo escuchaba atento para aprender lo que pudiera aplicar a la que sin
saberlo ya era mi carrera y que estaba a punto de afrontar.
Todos se daban cuenta de mi
estado de inquietud porque era la primera vez que iba a afrontar un reto de ese
calibre, un Ultra Trail, ni más ni menos que el de Trilhos dos Abutres, una de
las pruebas más emblemáticas de Portugal.
De aquel trayecto, que se me
hizo corto, me quedo con los ánimos que me daban estos tres campeones y sobre
todo con la honestidad y confianza de mi Sensei y amigo Nando afirmándome que
estaba preparado.
Así llegamos al pabellón de
Miranda do Corvo, donde se celebraría la prueba para recoger el dorsal. Cuando
me lo dieron y me pusieron la pulsera para identificarme en los
avituallamientos no pude evitar resoplar, pensando que ya no había marcha
atrás, mis compañeros con cariño entre risas me decían…”Tranquilo Juanito que
solo es la pulsera”.
Dimos una vuelta por los
stands de ropa y yo continuaba inquieto mirando constantemente el espectacular
arco de meta, con el que me conjuré para vernos al día siguiente si conseguía
el reto. Volvimos a la casa y después
de instalarnos en las habitaciones nos reunimos en torno a la mesa para cenar
juntos y yo apenas podía participar de las bromas y risas que surgían, estaba
metido en una montaña rusa emocional que a veces me hacía sentir que estaba
preparado y otras me golpeaba con la idea de que 50 kilómetros eran demasiados
para mí. Como a pesar de que lo intentaba
no podía relajarme, opté por bajar a la habitación para preparar toda la
equipación con mimo y así tenerlo todo listo al día siguiente. Por fin nos fuimos a la
habitación a dormir.
Después de una noche inquieta amanecí tranquilo y
dispuesto a comenzar. Atravesamos la niebla y el frío hasta el pabellón que nos
aguardaba a un grado de temperatura, nos colocamos las mochilas y apenas se contenía
la euforia ante la inminente salida. Entramos en el pabellón,
control riguroso de material y fuimos al arco de salida, me sentía pletórico y
frágil al tiempo, las miradas entre nosotros metidos en aquella serpiente
multicolor lo decían todo y la emoción se cortaba como la niebla, cuenta atrás
y el Depa dio la salida!!!
Giramos rápido a la derecha e
hicimos un tramo de asfalto hacia el pueblo, yo intentaba no quedarme atrás y
grabar aquel ritmo en mi mente y cumplir
mi primer objetivo, correr con el equipo algunos kilómetros, pero no era tarea
nada fácil dada la cantidad de corredores que había. Veía a Alfredo y a Lolo delante pero pronto se escurrían entre
la gente, aquello me hacía ir a tirones para no descolgarme. Nando e Iago V
desaparecieron como flechas, apreté el ritmo, subimos un par de cuestas de
adoquín y bajamos varios tramos de escaleras, los perdía…ahí me di cuenta de
que mi compañero Jorge se había quedado conmigo, yo intentaba seguirle,
mantenerme y él, con gran habilidad, se deslizaba entre los corredores
avanzando sin parar. Tiré un poco más y me pegué a él y así, adelantando como
podíamos, llegamos a un puente estrecho que atravesaba el río y nos paramos en
seco por un tapón.
Ahí me explico que teníamos
que intentar correr a nuestro ritmo y no dejarnos llevar por el ritmo de
carrera porque si no perderíamos mucho tiempo. Seguimos la pista y llegamos a
un Zoológico, entramos en él y continuamos adelantando y fue cuando vimos al
resto del grupo. Estaban muy cerca, nos vieron y me gritaron…”ánimooo
Juaaann”…aquello aceleró mis pulsaciones todavía más, mi cuerpo en ese momento
ya se resentía por los tirones y fue cuando le dije a Jorge que tirara a su
ritmo porque me costaba más ir pendiente de no despegarme de él que de hacer mi
carrera, él me contestó que eran muchos kilómetros para ir yo solo, pero aceptó
y se fue dejándome atrás, desapareciendo enseguida entre los corredores.
A partir de ahí estaba solo y más
relajado, continué subiendo las últimas pendientes del Zoo saliendo por la
parte alta de este, tirando hacia una pista ancha que se fue haciendo cada vez
más y más empinada y alargada, aquí tome el consejo de mi compañero Iago
Vázquez y aunque podía correr subiendo,
opté por hacerlo andando a pasos pequeños intentando acompasarlos con mi
respiración. Aquella cuesta no daba tregua
y daba la sensación de no terminar nunca y mi cabeza comenzó a rebelarse
haciéndome ver que aquello solo era el principio y que me quedaban más de
cuarenta kilómetros para llegar si lo conseguía.
Aquel pensamiento cayó como
una pesada losa sobre mí y fue entonces cuando reparé en que un poco más
adelante había un corredor con una pierna ortopédica, toda una lección de
sacrificio para quien esto escribe, continuando hacia arriba hasta que
alcanzamos un monumento muy curioso de una pirámide en lo alto de aquel monte,
que una vez alcanzado fue visto y no visto, volviendo a bajar por una pista
ancha. Me dejé caer conteniendo la zancada como me había enseñado Nardo, la
otra mitad de este reto, una lástima que al final no hubiese podido venir,
pensé.
Mi cuerpo se relajaba bajando
siguiendo al grupo que llevaba delante, intentando no perderlos, aquel pisteo
dio paso a los senderos de regadío de un pueblito, bordeando las casas,
saltando aquí y allá, con pequeños cambios de nivel sobre terreno embarrado. De
ahí pasamos a un pisteo de monte sombrío que nos llevó a una subida bastante
vertical y zigzagueante que puso a prueba mis cuádriceps ya de por sí
maltrechos. Al llegar arriba con mucho esfuerzo me acordé de los comentarios de mis compañeros…”Abutres es
muy duro, exigente y técnico” y empecé a pensar que seguro ya estarían mucho más
adelante disfrutando todos juntos.
Esos pensamientos me llevaron
a alcanzar aquella dura subida y encontrarme con un cartel de carrera que
señalaba a izquierda indicando la carrera de 30 kilómetros y a la derecha a la
de 50, una profunda nostalgia me invadió
por no haber ido sobre seguro a correr la corta, pero torcí a la derecha y
continué pisteando hacia abajo, penetrando cada vez más en un bosque ratonero
en el que ya corríamos de a uno y en el que era francamente difícil adelantar.
Aún así, algún corredor te daba paso. Mis piernas se habían soltado nuevamente
y volvía a correr cómodo así que decidí aprovecharlo e ir a por mi primer
objetivo, alcanzar el primer avituallamiento del Cardeal en el kilómetro 17.
Todo mi cuerpo anhelaba esa
parada de avituallamiento, yo lo asociaba a la falta de costumbre, no tenía ni
idea de cuánto faltaba para llegar y el ritmo al que seguía al grupo que iba
delante de mí se me hacía insufrible, Iago V me recordaba beber a sorbitos
cortos y así lo hacía, no obstante aquella subida del bosque no terminaba nunca
y comencé a caminar derrotado, tenía que aceptarlo, no iba a ser capaz de
terminar, mi cuerpo no podía, bien por los nervios, bien por el cansancio pero
era así. Me peleé contra aquella dolorosa sensación de impotencia y llegue a un
acuerdo conmigo mismo, seguir hasta el primer avituallamiento y allí me
retiraría.
La amargura de la derrota me
aplastaba el pecho y me llenaba de rabia y me negaba aceptarlo, poco a poco se
agotaron aquellos interminables dos kilómetros y por fin alcanzamos el
avituallamiento. Me temblaban las piernas y
apenas podía hablar, aquello era un enjambre de corredores bebiendo y comiendo
bajo las carpas rojas y entonces me tropecé con…mi compañero Lolo!!! Me miró
sorprendido y me dijo…”ostias, que haces tú aquí??... y sin poder responderle
se giró y le dijo a los demás que estaba allí. Entonces Isra me preguntó qué tal
estaba, yo emocionado solo pude acertar a decir que no me encontraba bien y que
no me encontraba bien y que creía que no iba a terminar y leí en su mirada la
decepción por lo que había estado escuchando, aquella punzada de rabia se
volvió a hacer presente en mi pecho...Jorge se acercó a mí y me dijo…”vas muy
bien Juan, muy bien…” yo le dije que si creía que podía llegar al corte de los
treinta kilómetros, Isra me dijo…” que sí, pero que fuera mucho más despacio,
que comiera y bebiera bien y que saliera caminando tranquilo, que solo corriera
en llano o en bajada.
Aquel toque de atención me
calmó bastante. Bebí y poco a poco comí, tomé mis sales y giré la cabeza y miré
hacia las escaleras de salida donde encontré a mi compañero Alfredo que, sin
palabras, me sostuvo la mirada y asintió con la cabeza y con el pulgar dándome
ánimos, todos se despidieron y se fueron. Comí y bebí un poco más, y mi
cuerpo increíblemente se recuperó casi del todo, entonces le pregunté a una
chica de la organización cuánta distancia había hasta el siguiente
avituallamiento, donde se encontraba la famosa Hermita de la Sra da Piedade y
el implacable corte. Ella me contestó que en el kilómetro 28, así que tenía
otros 13 kilómetros por delante para corregir aquel error de ritmo, para salir
de aquel infierno en el que me había metido, así que me conjuré para intentarlo
y salí caminando por un sendero que subía suavemente.
Continué varios kilómetros
subiendo y mi cuerpo se relajó todavía más agradeciendo el cambio de ritmo y
así continué en progresión, adelantando a algún que otro corredor hasta que
pasamos por un embalse de agua de estampa bellísima. Corríamos por la propia
presa, ahí alcancé a una pareja de corredores portugueses y decidí preguntarles
cómo íbamos de ritmo para llegar al corte a lo que él me contestó en castellano
que íbamos genial de tiempo y que si seguíamos a ese ritmo podríamos llegar a
la meta pasadas las ocho horas y media, aquello confirmó lo que me habían dicho
mis compañeros y me animé mucho.
Comenzamos a hablar y aquel hombre me preguntó si había
corrido más veces allí y yo le contesté que aquella era la primera vez que yo
pretendía completar esa distancia. Mientras corríamos muy amablemente me dijo
que tenía que bajar todavía más el ritmo de forma que pudiera acompasar la
respiración y hablar con él tranquilamente y así lo hice, seguimos así y mi
cuerpo lo agradeció y el bosque bajo que recorríamos se regodeó exhibiendo sus
tonos ocres y amarillos.
Así seguimos hasta que
llegamos a un trilho de piedra suelta
que subía ligeramente empinado y que nos daba paso a un parque eólico. Ahí
su compañera, que ya iba rezagada, se paró en seco porque no se encontraba
bien, le ofrecí una ampolla de vitaminas que rechazó amablemente, ante lo cuál
él me animó a continuar y así lo hice.
Al alcanzar el parque y poder
correr tan cerca de los imponentes molinos volví a echar de menos a mis
compañeros…como estarían?, dónde irían ya??? …seguro que ya estarían a punto de
llegar al corte, pensé.
Los molinos quedaron atrás y
el sendero comenzó a bajar y comencé a correr centrándome en llevar la cadencia
de las piernas controlada, sin dejarme caer, “falta mucho”, pensé, y poco a
poco el recorrido entraba en un bosque sombrío que estrechaba el sendero.
Avanzando cada vez más
alegremente llegué a conectar con un grupo de portugueses y al preguntarles me
contestaron que íbamos más o menos con una hora y cuarto de adelanto sobre el
tiempo de corte y que ellos calculaban que estaríamos allí más o menos en unos
veinte minutos, lo que ninguno de nosotros esperaba es que un poco más adelante
empezarían los tapones y que el ritmo bajaría mucho. Los portugueses se
impacientaban y gritaban a los de delante sin miramientos y al fin llegamos a
un giro a derechas del sendero que caía en una pista de bajada muy pendiente de
unos 200 metros guiada por varios tramos de cuerda. Ahí estaba el origen de los
tapones, los corredores bajaban hasta allí con muchísimo cuidado, braceando y
cayéndose agarrados a la cuerda. Hice lo propio y fue en uno de estos vaivenes
cuando me fui al suelo, con suerte sobre barro, me levanté y continué bajando y
me llevé una de las grandes sorpresas y regalos de la carrera, de pronto
escuche a mi compañero Dani gritando…”vaaaaamooos Juannnnn, veeenga!!”.
Había subido hasta allí para
acompañar al equipo, me costó contener la emoción, terminé la bajada y le
abracé. Me preguntó qué tal iba y le conté que cansado pero bastante bien
después de lo mal que lo había pasado en la primera parte. Él sonrió y sacó un
folleto con el perfil de la carrera y me explicó la parte que me faltaba para
alcanzar el avituallamiento de la Sra. da Piedade. Me dio ánimo y me dijo que
nos veríamos de nuevo allí, así que bajé aquella pista que me quedaba lo mejor
que pude y por fin alcancé aquel desdichado corte, por fín!!!, una de las grandes barreras había caído, lo había
conseguido con 45 minutos de adelanto!!
Me acerqué al
avituallamiento y contemplé la Hermita y
las famosas escaleras de subida que había visto en una foto que me había
enviado mi compañero Iago, en aquel momento sentí un profundo respeto por él,
por lo que habría sufrido para llegar hasta allí y sentí también lástima de que
no hubiéramos podido estar juntos en aquel momento, me acordé de sus palabras…”a partir de las escaleras dosifica
y ve al ritmo que hemos entrenado”, se lo agradecí y me cumplí la rutina, comí,
bebí y tomé mis sales, haciéndolo con calma, sin prisas, esperando que me
sentase tan bien como en el primero.
Tal y como me había dicho,
Dani apareció y de nuevo me explicó con todo detalle el punto de la carrera
donde estaba y el perfil que me quedaba hasta el siguiente corte, antes de
llegar a la estación de guardia, de nuevo en el parque eólico, en el kilómetro
36. Me despedí de Dani y salí
decidido a afrontar las famosas escaleras que me esperaban entre gritos de
ánimo de las numerosas personas que estaban allí reunidas.
Las subí caminando, con la
intención de disfrutar todo aquel tramo, como me había explicado Dani, tenía
tiempo. Después bajé por un sendero que me daría paso a un recorrido en subida
bordeando un precioso río que caía casi vertical, formando espectaculares cascadas. El terreno era muy técnico y
resbaladizo, subía muy vertical, incluso con tramos en los que había que
sujetarse a algún cable de acero sujeto a la roca, aquello era un verdadero
castigo para mis ya maltrechas piernas, el perfil era tan sinuoso que para
subir me obligaba a flexionar a tope y
empecé a sufrir los primeros avisos de mis cuádriceps que se agarrotaban. Como
sabía que tenía tiempo hacía pequeñas paradas o bajaba el ritmo y continuaba
cuando se soltaban.
Así pude llegar al final de
aquel espectacular tramo de paisaje de
los famosos Trilhos como me había enseñado el portugués y soltándome a correr de nuevo por una pista
que bajaba, ahí me encontré con un corredor que iba gritando de dolor de cuando
en cuando porque se le subían los gemelos durante la bajada, yo le animé
diciéndole que a mí también me dolían los cuádriceps, así que me tocaba a mi
pasar por delante dado el terreno que tocaba. Nos echamos unas risas y allí lo
dejé bajando como podía, peleando su carrera. …”No era el único que iba pagando
el esfuerzo realizado hasta el momento, pensé…”
Así que busqué en mi mente
algún recurso al que agarrarme y seguí bajando, aparecieron los entrenamientos
de bajadas sinuosas en los que tenía que bajar sin dejarme caer, tenía que
controlar la bajada economizando el esfuerzo, ahora ya sabía bien que iba a
necesitar hasta la última gota de energía que tuviera. De pronto doblé a la
derecha y comencé a subir de nuevo, por suerte para mí, por una pista ancha que
no me obligaba a flexionar demasiado las piernas, dándome algo de tregua.
Mi cuerpo se resentía por la
falta de costumbre de estar tantas horas en carrera y gradualmente me obligaba
a beber pequeños sorbos, de nuevo mi mente me aplastaba con fuerza…que hacía yo
allí, sería mi cuerpo capaz de aguantar todo lo que quedaba y sobre todo, sería
capaz de alcanzar de nuevo el parque eólico para saborear las famosas bifanas
de las que tanto me hablaban todos mis compañeros y que no tenía ni idea de que
eran???...pero me daba igual, quería llegar hasta allí!!
Iba sufriendo tanto que hasta
me sentía orgulloso de que mis compañeros hubiesen sido capaces de aguantar
todo aquello, no podía decepcionarles, había llegado hasta allí y tenía que
intentarlo, a partir del avituallamiento sabía que sería todo bajar, así que me
obligué a pensar que era posible hacerlo, por mí y por ellos. Así continué mucho tiempo, y
conseguí incluso conectar con otro pequeño grupo. Al fin divisamos el final de
la cuesta para comunicar a través de una pista con el sendero que subía al parque
eólico, pero cuando llevábamos más o menos la mitad del recorrido hecho mi
cuerpo se paró, apenas podía andar, me faltaban las fuerzas y de nuevo los
cuádriceps se me bloqueaban pero esta vez simplemente caminando, el grupo se
fue alejando y me quedé hundido en la más profunda soledad, lleno de rabia y
desconsuelo.
No podía seguir, aunque quería
con todas mis fuerzas, aquello me cabreó de una forma tremenda…llegar hasta
aquel descampado para nada??...era ridículo, me negué a creérmelo, traté de
tranquilizarme y buscar algo de calma y de repente me acordé de lo que Iago V
me había aconsejado, así que saqué una barrita de chocolate y me la comí
primero a trocitos pequeños y luego casi me como la mano, tuve que beber algo
para respirar de nuevo, aquello era lo que me ocurría, tenía hambre!!! Así que
entre risas comencé a caminar, primero muy despacio y luego normalmente…”un
nuevo bache superado, pensé”.
Seguí y seguí y el dichoso
avituallamiento no aparecía, hasta que se presentó un bosque oscuro y tan cerrado
que parecía que se había hecho de noche, aquello hizo que este fantasma se me
presentase y pensase…”y si se me hacía de noche como me había dicho en una
ocasión mi compañero Jorge??”. Sin quererlo aceleré el paso por aquellos senderos, serpenteando en
la penumbra hasta que vi el final y la luz de la tarde me recordó que todavía
había tiempo.
Enlacé con una pista ancha en
la que alcancé a un andarín portugués armado con sus bastones que me dió
conversación a pesar de que mi cabreo y el hambre amenazaban con estropear la
charla. Se puso a contarme que era la cuarta vez que había intentado correr esa
carrera y que lo estaba pasando muy mal, así que casi sin quererlo nos
hermanamos en nuestro dolor y ansia por continuar. Formábamos una pareja de lo más
extraña, yo comentándole que aquella parte de la carrera era un pedregal de lo
más insulso, que tenía mucha hambre y que estaba deseando llegar al
avituallamiento para probar una de aquellas famosas bifanas, a pesar de que no
sabía ni de qué estaban hechas.
Así doblamos a la izquierda
por una cuesta y ahí apareció…iba destrozado, con el ánimo por los suelos pero
lo había conseguido, por fin había alcanzado el caseto del avituallamiento!!,
mi palabra estaba cumplida y a partir de ahí entraba en un terreno del todo
desconocido. Llegamos al caseto y vi el
pequeño asador donde estaban asando pequeños trozos de ternera, olía genial,
entramos y así como me acerqué uno de ellos me dijo…gosta de umha bifana??
Mientras el otro hacía lo propio con una cerveza…decliné la cerveza que
sustituí por una cola que hasta ahí me había sentado bien y, en ésas me
encontraba devorando la bifana cuando apareció de nuevo mi compañero Dani!!!,
no me cansaré de repetir que le estaré siempre agradecido por el detallazo de
acompañarme y animarme durante la carrera. Le abracé y me preguntó cómo iba, a
lo que le contesté que fatal, que había llegado hasta allí y que me daba
muchísima rabia el haber conseguido hacer aquellos 37 kilómetros sin saber si
eso me ayudaría a llegar a meta. Él con total tranquilidad sacó de nuevo el
perfil de la carrera y me explicó que lo que me quedaba era todo bajada
exceptuando una pequeña subida al final y remató diciéndome que la decisión de
continuar dependía de mí.
En mi interior sentía unas
ganas enormes de conseguirlo que me poseían, la decisión ya estaba tomada desde
la salida, a pesar del frío enorme que
sentía por el viento que soplaba allí. Rematé la bifana y apuré parte del
avituallamiento, como había venido haciendo, naranja, cubitos de membrillo, mis
sales, rellené isotónico y agua y me despedí de Dani. Mi compañero andarín terminó
su gel y me invitó a continuar. Y aquella extraña pareja bajo aquella primera
pista de pedregal, yo arrastrando las piernas a los lados por los cuádriceps y él
a saltitos por sus gemelos. Las palabras de mi compañero Alfredo días antes
aparecieron en mi mente amenazantes…”a partir del 38 es todo bajada, pero hay
que hacerlos”, aparté aquel pensamiento de mi mente y continué como pude.
Así bajamos hasta torcer a la
derecha para internarnos en un bosque que caía en una fuerte pendiente que te
obligaba a correr de lado…”terreno para Lolo pensé, lo imaginé derrapando y sin
querer sonreí.”
El cuerpo es una máquina con
una capacidad increíble y poco a poco el mío calentó y pude correr suelto,
tanto fue así que el andarín no tardó mucho en darme paso porque se daba cuenta
que me frenaba y por fin me solté avanzando por aquella bajada serpenteante
deseando que volasen aquellos 5 kilómetros que nos separaban de la siguiente
parada en Gondramaz. Cuando me di cuenta había perdido de vista al andarín para
recuperarle casi en la recta de control del pueblecito, allí tomamos un caldito
caliente y apenas pude comer porque mi improvisado compañero me apremió a
continuar haciéndome un gesto en referencia a la luz del día que se nos
agotaba.
Rellené cuando menos los
líquidos y cuando levanté la vista ya no estaba allí…”de nuevo solo, pensé” y
aquello me relajó. Le pregunte a un chico de la organización cómo eran aquellos
próximos 5 kilómetros y él me contestó que era una bajada muy técnica con barro
y mucha piedra, aquello sorprendentemente me animó y sonreí recordando lo duros
que habían sido los entrenamientos del equipo que me habían llevado hasta allí
superando mis propios límites, aquel era mi terreno. Había quemado muchas etapas
ya, había sufrido como nunca y me había encontrado más fuerte de lo que yo
mismo podía imaginar, así que me eché a correr cuesta abajo decidido a terminar
y así comencé a encarar la primera bajada suelto y seguro, apenas había recorrido
medio kilómetro y divisé al andarín. Bajaba con cuidado, aquella lectura me
empujó todavía más a seguir a mi ritmo, le alcancé y me puse a tirar con él, la
pista de bajada pasó a ser un sendero serpenteante que nos introdujo en un
bosque cerrado y oscuro que seguía el curso de un torrente, atravesado este por
infinidad de puentecitos que lo cruzaban.
Corría muy suelto a pesar de
la carga de kilómetros que llevaba en mi cuerpo, comencé a aumentar el ritmo y
a correr con agilidad esquivando las ramas y las piedras que se nos presentaban
en el camino. Mil pensamientos se agolpaban en mi mente….”apenas quedan 5
kilómetros para el último avituallamiento, estoy cerca de conseguirlo…” me
decía y tiraba más y más. Así continuamos a buen ritmo
durante un tiempo, el sol ya declinaba y la posibilidad de tener que continuar
a oscuras en aquel terreno me inquietaba, pero en ese punto de la carrera las
ganas de alcanzar la meta superaban con creces al dolor o al cansancio, tanto
que apenas reparaba en ellos y, entonces de manera instintiva mire el reloj una
vez más…41.890 metros, estaba a punto de cumplir otro sueño, correr una maratón
y dejé de verlo, ya no lo necesitaba, sólo quería llegar, alcanzar la meta y
abrazarme a mis compañeros de equipo…estarían allí esperándome??...no podía
dejarme caer en ese pensamiento porque se me aceleraba un montón la respiración
y las lágrimas me venían a los ojos, tenía que seguir concentrado, aún faltaba
mucho, aún no, entonces el reloj vibró en mi pulso y supe que lo había
conseguido, me sentía mejor que nunca, con mucha alegría y felicidad y me
acordé de lo que me había explicado mi Sensei Nando sobre lo relativas que eran
las distancias, era cierto!!.
Ya no me importaban los
kilómetros recorridos o los que faltaban, solo quería disfrutar a tope hasta la
meta, fue entonces cuando al doblar un recodo para esquivar una raíz pisé sobre
una piedra llena de musgo cuando patiné desequilibrándome por completo sobre el
lado izquierdo, cayéndome sobre la mano izquierda, la que me había lesionado
mientras entrenaba y que había protegido tanto durante toda la carrera. El
chasquido en la muñeca había sido nítido pero trastabillé y no me paré, seguí
corriendo sin parar…se me habría esguinzado de nuevo??...sentí un escalofrío,
no podía ser, apenas quedaba nada, pero el monte era así…aunque yo estaba
totalmente decidido a llegar, pensé de nuevo en Nando, en su fuerza y en su
valor afrontando todo lo que había aguantado en tantas carreras, probé a cerrar
y a abrir la mano y no me dolía así que casi
en un reflejo agarré sin pensar una rama para dar una curva perfecto, el golpe me había liberado la
articulación, la suerte estaba conmigo!!.
Era una señal clara de que
podía llegar, así que continué avanzando a través de los recovecos de aquel
bosque hasta que de pronto paramos en seco formando una fila de más o menos
ocho corredores.
Había que atravesar una zona
muy técnica de piedras muy resbaladizas pegadas al río y allí estaba el chico
que tenía la pierna ortopédica, ayudado por dos personas, avanzaba como podía
por aquel tramo que bajaba para girar bruscamente 180 grados a la derecha para
seguir por un sendero paralelo por
debajo de donde estábamos nosotros, y al fijarme me di cuenta de que podía
saltar por encima del tronco que tenía a mi derecha y deslizarme pendiente
abajo y así adelantar a todo el grupo.
Fue pensarlo un par de
segundos y salté, me deslicé terraplén abajo y una vez en el sendero eché a
correr dejando atrás al grupo. Corría muy suelto, empujando, sin miedo, sin
cortes ni tiempo de llegada, avanzaba ligero y con ganas de terminar aquel
tramo de bosque antes de que se fuera la luz. Escuché pisadas detrás de mí y
miré. Un corredor me había seguido, le
animé con la mano a que se me uniese pero no quiso o no pudo. De pronto el
sendero se abrió a una pista y el techo de árboles fue desapareciendo hasta
llegar a un pueblecito que debía de ser Espinho.
Corría desbocado, apretando el
ritmo, asfixiado por la emoción, PODÍA CONSEGUIRLO, LLEGAR Y VER LAS CARAS DE
MIS COMPAÑEROS, ESTABA TAN CERCA!!!...Me costó mucho pero aparté aquel
pensamiento de mi cabeza, todavía quedaban los famosos kilómetros de barro, cómo
serían??.
Seguí hasta un cruce y allí le
vi, era de nuevo Dani, allí estaba animándome, me había seguido toda la carrera
preocupándose por mí, me invadió una profunda gratitud al verle pero la emoción
que me arrastraba era tan fuerte que no paré de correr. Él me pregunto qué tal
iba y de mi garganta brotó un …”voy como una moto!!” y aceleré todavía más!!,
Dani me dijo que siguiera corriendo pero al final de la recta a la derecha
apareció el avituallamiento y paré, no quería fastidiar todo lo que había hecho
por no comer o beber así que hice lo propio, como había hecho desde el
principio, cuando estaba terminando apareció el grupo que había dejado atrás,
respiré hondo, me despedí de Dani y salí de nuevo con una idea clavada en la
mente…QUEDAN SOLO CUATRO KILÓMETROS!!!
Avance por una pista llana que
iba serpenteando ligeramente hasta que de pronto se volvió impracticable. Estaba
toda enlamada y resbaladiza, yo intentaba esquivar las balsas de lama todas
pisoteadas pero llegó un punto en que me fue imposible y me metí de lleno en
ellas hundiendo totalmente los pies. Aquello no mejoraba mi estabilidad, las
palabras de mi compañero Chema Carpintero vinieron con fuerza a mi mente..”los
pies hundidos en balsas de barro hasta las rodillas”. Aquello me hizo sujetar en
firme mi euforia y agarrarme a la humildad que me había llevado hasta allí,
cada vez resbalaba más, braceando para no caer, así que decidí que seguiría
caminando por el medio de aquel barro. Escuché voces y miré, detrás de mí
venían dos corredores portugueses, les indiqué que pasasen pero no quisieron,
así que seguí avanzando y resbalando.
Ellos iban comentando detrás
de mi…”mira como resbaló, este se cae, le pasamos?”, yo seguí a lo mío y
después de un tiempo las balsas de lama fueron a menos y entonces corrimos
paralelos a un carrero de agua, ahí los portugueses me pasaron, se notaba que
conocían el terreno porque se anticipaban a lo que venía y yo entonces aproveché
para pegarme a ellos con toda la energía que me quedaba que no era mucha. No
fue suficiente y me dejaron atrás, me quedé solo y fui relajando el ritmo hasta
que paré acusando el esfuerzo, respiré hondo e intenté seguir corriendo, pero
mis piernas no podían. Caminé y lo intenté de nuevo y, nada.
Aquellos dos kilómetros de
barro y aquel último esfuerzo tenían su coste, una vez más la carrera me ponía
en mi sitio…”regular, regular y regular hasta el final…me dije”, así que
después de parar para lavar las zapas en
el carrero de agua salí andando poco a poco y entonces milagrosamente volví a
correr dejando atrás la pista y corrí calle abajo hasta un paso elevado y allí
estaban los portugueses, no me habían sacado tanto, ellos al verme apretaron
como pudieron, “no están mucho mejor que yo… pensé”.
El sol ya declinaba y el
horizonte amarilleaba por momentos, llegaría con luz!!!, otro de mis miedos se
esfumó aligerando el peso de mi corazón y de mis piernas. Enfilé el paso
elevado corriendo y cuando llegué al último tramo divisé a varios corredores
que salían a la carretera. Continué corriendo bordeando una rotonda y pasé a
una recta larga que debía de ser la que llevaba al mercado de Miranda do Corvo,
donde estaba la meta. Mi corazón latía desbocado pensando en la tan ansiada
entrada, estarían ellos allí? me acordaría de hacer toda la dedicatoria
completa??. Hice un esfuerzo enorme por contenerme y continué corriendo tras
los portugueses llevando la respiración y tratando de botar para no gastar como
me había enseñado Isma y así seguí 100, 200 metros…y de pronto los portugueses
reventaron y se echaron a andar!!! Era la mía, continué corriendo sin aumentar
el ritmo por miedo a que me sucediese a mí también lo mismo, ellos miraban
hacia atrás ante la inminente captura, yo respiré hondo y al pasar junto a
ellos, respiré hondo y les miré sonriendo. Habíamos competido y lo habíamos
disfrutado. Extendí la mano con deportividad y se la choqué mientras les
pasaba, …ESTABA FELIZ!!! seguí y seguí corriendo y de pronto les vi…eran mis
compañeros haciéndome un paseíllo, ellos al verme estallaron en gritos de
ánimo, pude distinguir la voz de Iago Vazquez gritando…vaaaaamooos juannnn
vennngaaa!!!.
Aquellos gritos incendiaron mi
pecho y mis piernas desbocándolas. Me eché las manos a la cara e intenté no
llorar pero era imposible, todo el sufrimiento y el cansancio, la pesada carga
del fracaso y del miedo a lo largo de aquellos casi 50 kilómetros habían dado
paso a una inmensa felicidad que me tomaba completamente. Mi sueño se había
hecho realidad, y lo había hecho POR MI Y POR MI EQUIPO, me sentía pletórico,
orgulloso y fuerte, así que miré al cielo y se lo dediqué a mi madre que
siempre me acompaña y comencé a esprintar con los brazos abiertos y choqué las
manos de mis compañeros que habían estado conmigo durante toda la carrera,
incluso los que no habían estado allí físicamente. Crucé ese pasillo de cariño
gritando por dentro….VOLABA!!! Tanto fue así que iba tan lanzado que apenas
pude esquivar a unos chicos de un equipo se habían parado para sacarse una
foto.
Doblé a la izquierda y entré
en la carpa de las cafeterías y por fin lo vi allí plantado, imponente y ya
iluminado, el impresionante arco de meta
con el buitre en el centro me estaba esperando. Como no podía ser de otro
modo, cuando entré en el pabellón cumplí la promesa que hice a mis peques y
grite…”por Izaaan y por Zoeeee” e instintivamente me saqué el chaleco y con mi
mano acaricié el nombre DE MI CAPITÁN MARCOS…esto es para ti amigo!! y bajo el
arco ya sin chaleco besé mi escudo porque todo lo que había conseguido y sentía
era gracias a lo que el equipo me había dado en todos los entrenamientos que me
habían llevado hasta allí, en todos los consejos de mis compañeros, en todos
los madrugones y en todas las veces que me había caído y mi equipo me había
levantado, en todo el esfuerzo para perder peso, todo aquello había valido la
pena!!!
Atravesé el arco y me pusieron
la medalla, estaba muy emocionado, las lágrimas caían por mis mejillas
incontenibles y entonces miré la medalla, era preciosa…envié toda mi gratitud a
la persona que me animó a tirar aquel gran muro y a atreverme a intentar hacer
un Ultra Trail…”GRACIAS NARDO”.
Aterricé, mis compañeros
estaban tras las vallas y me llamaban, yo iba uno a uno abrazándolos con fuerza
y besándolos, agradeciéndoles sin palabras su apoyo y su presencia, que habían
sido tan importantes para mí.
Grandes deportistas y mejores
compañeros, Iago Vazquez sonriendo al abrazarme, Loliño, Alfredo y Chema me
daban la enhorabuena, hasta Dani Corvo con la de tiempo que hacía que había
llegado estaba allí para abrazarme, FUE GENIAL!!!
Entonces vi a Dani y me abracé
a él, agradeciéndole todo lo que había hecho por todos nosotros, un grandísimo
compañero que se había puesto al servicio del equipo durante todo el fin de
semana, disfrutando como el que más, sin haber podido correr.
Por último abracé a mi querido
amigo y Sensei Fernando, le agradecí su confianza en mí y sobre todo le
agradecí la verdad que hay en él, un lujo al alcance de pocos contar con
alguien así.
ESTABA HECHO, LO HABÍA
CONSEGUIDO, sabía que aquella carrera quedaría grabada a fuego en mi corazón,
había tocado el infierno y el cielo de Abutres a lo largo de aquella distancia,
había recibido el bautismo de una prueba cuyo lema se había cumplido en mí al
pie de la letra…HABÍA VIVIDO UNA AVENTURA ÉPICA.