sábado, 10 de febrero de 2018

DEL INFIERNO AL CIELO DE ABUTRES


Por fin, después de una noche sin apenas descanso por la inquietud, llegaba la tarde del día 26 de enero.

Quedamos en la rotonda de Balaídos para salir, mi corazón galopaba desbocado y apenas lo contenían los abrazos que daba a mis compañeros que entre risas me anunciaban que había llegado el momento. Nos repartimos en tres coches. Yo llevé el mío acompañado de tres pesos pesados: Dani Corvo, Chema Carpintero y mi Sensei de la montaña Fernando. Durante las tres horas que duró el trayecto todos los temas de conversación giraron en torno a las carreras, yo escuchaba atento para aprender lo que pudiera aplicar a la que sin saberlo ya era mi carrera y que estaba a punto de afrontar.

Todos se daban cuenta de mi estado de inquietud porque era la primera vez que iba a afrontar un reto de ese calibre, un Ultra Trail, ni más ni menos que el de Trilhos dos Abutres, una de las pruebas más emblemáticas de Portugal.

De aquel trayecto, que se me hizo corto, me quedo con los ánimos que me daban estos tres campeones y sobre todo con la honestidad y confianza de mi Sensei y amigo Nando afirmándome que estaba preparado.
Así llegamos al pabellón de Miranda do Corvo, donde se celebraría la prueba para recoger el dorsal. Cuando me lo dieron y me pusieron la pulsera para identificarme en los avituallamientos no pude evitar resoplar, pensando que ya no había marcha atrás, mis compañeros con cariño entre risas me decían…”Tranquilo Juanito que solo es la pulsera”.

Dimos una vuelta por los stands de ropa y yo continuaba inquieto mirando constantemente el espectacular arco de meta, con el que me conjuré para vernos al día siguiente si conseguía el reto. Volvimos a la casa y después de instalarnos en las habitaciones nos reunimos en torno a la mesa para cenar juntos y yo apenas podía participar de las bromas y risas que surgían, estaba metido en una montaña rusa emocional que a veces me hacía sentir que estaba preparado y otras me golpeaba con la idea de que 50 kilómetros eran demasiados para mí. Como a pesar de que lo intentaba no podía relajarme, opté por bajar a la habitación para preparar toda la equipación con mimo y así tenerlo todo listo al día siguiente. Por fin nos fuimos a la habitación a dormir.

Después de una noche inquieta amanecí tranquilo y dispuesto a comenzar. Atravesamos la niebla y el frío hasta el pabellón que nos aguardaba a un grado de temperatura, nos colocamos las mochilas y apenas se contenía la euforia ante la inminente salida. Entramos en el pabellón, control riguroso de material y fuimos al arco de salida, me sentía pletórico y frágil al tiempo, las miradas entre nosotros metidos en aquella serpiente multicolor lo decían todo y la emoción se cortaba como la niebla, cuenta atrás y el Depa dio la salida!!!

Giramos rápido a la derecha e hicimos un tramo de asfalto hacia el pueblo, yo intentaba no quedarme atrás y grabar aquel  ritmo en mi mente y cumplir mi primer objetivo, correr con el equipo algunos kilómetros, pero no era tarea nada fácil dada la cantidad de corredores que había. Veía a Alfredo y a  Lolo delante pero pronto se escurrían entre la gente, aquello me hacía ir a tirones para no descolgarme. Nando e Iago V desaparecieron como flechas, apreté el ritmo, subimos un par de cuestas de adoquín y bajamos varios tramos de escaleras, los perdía…ahí me di cuenta de que mi compañero Jorge se había quedado conmigo, yo intentaba seguirle, mantenerme y él, con gran habilidad, se deslizaba entre los corredores avanzando sin parar. Tiré un poco más y me pegué a él y así, adelantando como podíamos, llegamos a un puente estrecho que atravesaba el río y nos paramos en seco por un tapón.

Ahí me explico que teníamos que intentar correr a nuestro ritmo y no dejarnos llevar por el ritmo de carrera porque si no perderíamos mucho tiempo. Seguimos la pista y llegamos a un Zoológico, entramos en él y continuamos adelantando y fue cuando vimos al resto del grupo. Estaban muy cerca, nos vieron y me gritaron…”ánimooo Juaaann”…aquello aceleró mis pulsaciones todavía más, mi cuerpo en ese momento ya se resentía por los tirones y fue cuando le dije a Jorge que tirara a su ritmo porque me costaba más ir pendiente de no despegarme de él que de hacer mi carrera, él me contestó que eran muchos kilómetros para ir yo solo, pero aceptó y se fue dejándome atrás, desapareciendo enseguida entre los corredores.

A partir de ahí estaba solo y más relajado, continué subiendo las últimas pendientes del Zoo saliendo por la parte alta de este, tirando hacia una pista ancha que se fue haciendo cada vez más y más empinada y alargada, aquí tome el consejo de mi compañero Iago Vázquez  y aunque podía correr subiendo, opté por hacerlo andando a pasos pequeños intentando acompasarlos con mi respiración. Aquella cuesta no daba tregua y daba la sensación de no terminar nunca y mi cabeza comenzó a rebelarse haciéndome ver que aquello solo era el principio y que me quedaban más de cuarenta kilómetros para llegar si lo conseguía.

Aquel pensamiento cayó como una pesada losa sobre mí y fue entonces cuando reparé en que un poco más adelante había un corredor con una pierna ortopédica, toda una lección de sacrificio para quien esto escribe, continuando hacia arriba hasta que alcanzamos un monumento muy curioso de una pirámide en lo alto de aquel monte, que una vez alcanzado fue visto y no visto, volviendo a bajar por una pista ancha. Me dejé caer conteniendo la zancada como me había enseñado Nardo, la otra mitad de este reto, una lástima que al final no hubiese podido venir, pensé.

Mi cuerpo se relajaba bajando siguiendo al grupo que llevaba delante, intentando no perderlos, aquel pisteo dio paso a los senderos de regadío de un pueblito, bordeando las casas, saltando aquí y allá, con pequeños cambios de nivel sobre terreno embarrado. De ahí pasamos a un pisteo de monte sombrío que nos llevó a una subida bastante vertical y zigzagueante que puso a prueba mis cuádriceps ya de por sí maltrechos. Al llegar arriba con mucho esfuerzo me acordé de  los comentarios de mis compañeros…”Abutres es muy duro, exigente y técnico” y empecé a pensar que seguro ya estarían mucho más adelante disfrutando todos juntos.
Esos pensamientos me llevaron a alcanzar aquella dura subida y encontrarme con un cartel de carrera que señalaba a izquierda indicando la carrera de 30 kilómetros y a la derecha a la de 50, una  profunda nostalgia me invadió por no haber ido sobre seguro a correr la corta, pero torcí a la derecha y continué pisteando hacia abajo, penetrando cada vez más en un bosque ratonero en el que ya corríamos de a uno y en el que era francamente difícil adelantar. Aún así, algún corredor te daba paso. Mis piernas se habían soltado nuevamente y volvía a correr cómodo así que decidí aprovecharlo e ir a por mi primer objetivo, alcanzar el primer avituallamiento del Cardeal en el kilómetro 17.

Todo mi cuerpo anhelaba esa parada de avituallamiento, yo lo asociaba a la falta de costumbre, no tenía ni idea de cuánto faltaba para llegar y el ritmo al que seguía al grupo que iba delante de mí se me hacía insufrible, Iago V me recordaba beber a sorbitos cortos y así lo hacía, no obstante aquella subida del bosque no terminaba nunca y comencé a caminar derrotado, tenía que aceptarlo, no iba a ser capaz de terminar, mi cuerpo no podía, bien por los nervios, bien por el cansancio pero era así. Me peleé contra aquella dolorosa sensación de impotencia y llegue a un acuerdo conmigo mismo, seguir hasta el primer avituallamiento y allí me retiraría.

La amargura de la derrota me aplastaba el pecho y me llenaba de rabia y me negaba aceptarlo, poco a poco se agotaron aquellos interminables dos kilómetros y por fin alcanzamos el avituallamiento. Me temblaban las piernas y apenas podía hablar, aquello era un enjambre de corredores bebiendo y comiendo bajo las carpas rojas y entonces me tropecé con…mi compañero Lolo!!! Me miró sorprendido y me dijo…”ostias, que haces tú aquí??... y sin poder responderle se giró y le dijo a los demás que estaba allí. Entonces Isra me preguntó qué tal estaba, yo emocionado solo pude acertar a decir que no me encontraba bien y que no me encontraba bien y que creía que no iba a terminar y leí en su mirada la decepción por lo que había estado escuchando, aquella punzada de rabia se volvió a hacer presente en mi pecho...Jorge se acercó a mí y me dijo…”vas muy bien Juan, muy bien…” yo le dije que si creía que podía llegar al corte de los treinta kilómetros, Isra me dijo…” que sí, pero que fuera mucho más despacio, que comiera y bebiera bien y que saliera caminando tranquilo, que solo corriera en llano o en bajada.

Aquel toque de atención me calmó bastante. Bebí y poco a poco comí, tomé mis sales y giré la cabeza y miré hacia las escaleras de salida donde encontré a mi compañero Alfredo que, sin palabras, me sostuvo la mirada y asintió con la cabeza y con el pulgar dándome ánimos, todos se despidieron y se fueron. Comí y bebí un poco más, y mi cuerpo increíblemente se recuperó casi del todo, entonces le pregunté a una chica de la organización cuánta distancia había hasta el siguiente avituallamiento, donde se encontraba la famosa Hermita de la Sra da Piedade y el implacable corte. Ella me contestó que en el kilómetro 28, así que tenía otros 13 kilómetros por delante para corregir aquel error de ritmo, para salir de aquel infierno en el que me había metido, así que me conjuré para intentarlo y salí caminando por un sendero que subía suavemente.

Continué varios kilómetros subiendo y mi cuerpo se relajó todavía más agradeciendo el cambio de ritmo y así continué en progresión, adelantando a algún que otro corredor hasta que pasamos por un embalse de agua de estampa bellísima. Corríamos por la propia presa, ahí alcancé a una pareja de corredores portugueses y decidí preguntarles cómo íbamos de ritmo para llegar al corte a lo que él me contestó en castellano que íbamos genial de tiempo y que si seguíamos a ese ritmo podríamos llegar a la meta pasadas las ocho horas y media, aquello confirmó lo que me habían dicho mis compañeros y me animé mucho.

Comenzamos a  hablar y aquel hombre me preguntó si había corrido más veces allí y yo le contesté que aquella era la primera vez que yo pretendía completar esa distancia. Mientras corríamos muy amablemente me dijo que tenía que bajar todavía más el ritmo de forma que pudiera acompasar la respiración y hablar con él tranquilamente y así lo hice, seguimos así y mi cuerpo lo agradeció y el bosque bajo que recorríamos se regodeó exhibiendo sus tonos ocres y amarillos.

Así seguimos hasta que llegamos a un trilho de piedra suelta  que subía ligeramente empinado y que nos daba paso a un parque eólico. Ahí su compañera, que ya iba rezagada, se paró en seco porque no se encontraba bien, le ofrecí una ampolla de vitaminas que rechazó amablemente, ante lo cuál él me animó a continuar y así lo hice.
Al alcanzar el parque y poder correr tan cerca de los imponentes molinos volví a echar de menos a mis compañeros…como estarían?, dónde irían ya??? …seguro que ya estarían a punto de llegar al corte, pensé.
Los molinos quedaron atrás y el sendero comenzó a bajar y comencé a correr centrándome en llevar la cadencia de las piernas controlada, sin dejarme caer, “falta mucho”, pensé, y poco a poco el recorrido entraba en un bosque sombrío que estrechaba el sendero.

Avanzando cada vez más alegremente llegué a conectar con un grupo de portugueses y al preguntarles me contestaron que íbamos más o menos con una hora y cuarto de adelanto sobre el tiempo de corte y que ellos calculaban que estaríamos allí más o menos en unos veinte minutos, lo que ninguno de nosotros esperaba es que un poco más adelante empezarían los tapones y que el ritmo bajaría mucho. Los portugueses se impacientaban y gritaban a los de delante sin miramientos y al fin llegamos a un giro a derechas del sendero que caía en una pista de bajada muy pendiente de unos 200 metros guiada por varios tramos de cuerda. Ahí estaba el origen de los tapones, los corredores bajaban hasta allí con muchísimo cuidado, braceando y cayéndose agarrados a la cuerda. Hice lo propio y fue en uno de estos vaivenes cuando me fui al suelo, con suerte sobre barro, me levanté y continué bajando y me llevé una de las grandes sorpresas y regalos de la carrera, de pronto escuche a mi compañero Dani gritando…”vaaaaamooos Juannnnn, veeenga!!”.

Había subido hasta allí para acompañar al equipo, me costó contener la emoción, terminé la bajada y le abracé. Me preguntó qué tal iba y le conté que cansado pero bastante bien después de lo mal que lo había pasado en la primera parte. Él sonrió y sacó un folleto con el perfil de la carrera y me explicó la parte que me faltaba para alcanzar el avituallamiento de la Sra. da Piedade. Me dio ánimo y me dijo que nos veríamos de nuevo allí, así que bajé aquella pista que me quedaba lo mejor que pude y por fin alcancé aquel desdichado corte, por fín!!!, una de las grandes barreras había caído, lo había conseguido con 45 minutos de adelanto!!
Me acerqué al avituallamiento  y contemplé la Hermita y las famosas escaleras de subida que había visto en una foto que me había enviado mi compañero Iago, en aquel momento sentí un profundo respeto por él, por lo que habría sufrido para llegar hasta allí y sentí también lástima de que no hubiéramos podido estar juntos en aquel momento, me acordé de sus  palabras…”a partir de las escaleras dosifica y ve al ritmo que hemos entrenado”, se lo agradecí y me cumplí la rutina, comí, bebí y tomé mis sales, haciéndolo con calma, sin prisas, esperando que me sentase tan bien como en el primero.

Tal y como me había dicho, Dani apareció y de nuevo me explicó con todo detalle el punto de la carrera donde estaba y el perfil que me quedaba hasta el siguiente corte, antes de llegar a la estación de guardia, de nuevo en el parque eólico, en el kilómetro 36. Me despedí de Dani y salí decidido a afrontar las famosas escaleras que me esperaban entre gritos de ánimo de las numerosas personas que estaban allí reunidas.

Las subí caminando, con la intención de disfrutar todo aquel tramo, como me había explicado Dani, tenía tiempo. Después bajé por un sendero que me daría paso a un recorrido en subida bordeando un precioso río que caía casi vertical, formando espectaculares cascadas. El terreno era muy técnico y resbaladizo, subía muy vertical, incluso con tramos en los que había que sujetarse a algún cable de acero sujeto a la roca, aquello era un verdadero castigo para mis ya maltrechas piernas, el perfil era tan sinuoso que para subir me obligaba a  flexionar a tope y empecé a sufrir los primeros avisos de mis cuádriceps que se agarrotaban. Como sabía que tenía tiempo hacía pequeñas paradas o bajaba el ritmo y continuaba cuando se soltaban.
Así pude llegar al final de aquel espectacular  tramo de paisaje de los famosos Trilhos como me había enseñado el portugués y  soltándome a correr de nuevo por una pista que bajaba, ahí me encontré con un corredor que iba gritando de dolor de cuando en cuando porque se le subían los gemelos durante la bajada, yo le animé diciéndole que a mí también me dolían los cuádriceps, así que me tocaba a mi pasar por delante dado el terreno que tocaba. Nos echamos unas risas y allí lo dejé bajando como podía, peleando su carrera. …”No era el único que iba pagando el esfuerzo realizado hasta el momento, pensé…”

Así que busqué en mi mente algún recurso al que agarrarme y seguí bajando, aparecieron los entrenamientos de bajadas sinuosas en los que tenía que bajar sin dejarme caer, tenía que controlar la bajada economizando el esfuerzo, ahora ya sabía bien que iba a necesitar hasta la última gota de energía que tuviera. De pronto doblé a la derecha y comencé a subir de nuevo, por suerte para mí, por una pista ancha que no me obligaba a flexionar demasiado las piernas, dándome algo de tregua.

Mi cuerpo se resentía por la falta de costumbre de estar tantas horas en carrera y gradualmente me obligaba a beber pequeños sorbos, de nuevo mi mente me aplastaba con fuerza…que hacía yo allí, sería mi cuerpo capaz de aguantar todo lo que quedaba y sobre todo, sería capaz de alcanzar de nuevo el parque eólico para saborear las famosas bifanas de las que tanto me hablaban todos mis compañeros y que no tenía ni idea de que eran???...pero me daba igual, quería llegar hasta allí!!

Iba sufriendo tanto que hasta me sentía orgulloso de que mis compañeros hubiesen sido capaces de aguantar todo aquello, no podía decepcionarles, había llegado hasta allí y tenía que intentarlo, a partir del avituallamiento sabía que sería todo bajar, así que me obligué a pensar que era posible hacerlo, por mí y por ellos. Así continué mucho tiempo, y conseguí incluso conectar con otro pequeño grupo. Al fin divisamos el final de la cuesta para comunicar a través de una pista con el sendero que subía al parque eólico, pero cuando llevábamos más o menos la mitad del recorrido hecho mi cuerpo se paró, apenas podía andar, me faltaban las fuerzas y de nuevo los cuádriceps se me bloqueaban pero esta vez simplemente caminando, el grupo se fue alejando y me quedé hundido en la más profunda soledad, lleno de rabia y desconsuelo.

No podía seguir, aunque quería con todas mis fuerzas, aquello me cabreó de una forma tremenda…llegar hasta aquel descampado para nada??...era ridículo, me negué a creérmelo, traté de tranquilizarme y buscar algo de calma y de repente me acordé de lo que Iago V me había aconsejado, así que saqué una barrita de chocolate y me la comí primero a trocitos pequeños y luego casi me como la mano, tuve que beber algo para respirar de nuevo, aquello era lo que me ocurría, tenía hambre!!! Así que entre risas comencé a caminar, primero muy despacio y luego normalmente…”un nuevo bache superado, pensé”.

Seguí y seguí y el dichoso avituallamiento no aparecía, hasta que se presentó un bosque oscuro y tan cerrado que parecía que se había hecho de noche, aquello hizo que este fantasma se me presentase y pensase…”y si se me hacía de noche como me había dicho en una ocasión mi compañero Jorge??”. Sin quererlo aceleré el  paso por aquellos senderos, serpenteando en la penumbra hasta que vi el final y la luz de la tarde me recordó que todavía había tiempo.

Enlacé con una pista ancha en la que alcancé a un andarín portugués armado con sus bastones que me dió conversación a pesar de que mi cabreo y el hambre amenazaban con estropear la charla. Se puso a contarme que era la cuarta vez que había intentado correr esa carrera y que lo estaba pasando muy mal, así que casi sin quererlo nos hermanamos en nuestro dolor y ansia por continuar. Formábamos una pareja de lo más extraña, yo comentándole que aquella parte de la carrera era un pedregal de lo más insulso, que tenía mucha hambre y que estaba deseando llegar al avituallamiento para probar una de aquellas famosas bifanas, a pesar de que no sabía ni de qué estaban hechas.

Así doblamos a la izquierda por una cuesta y ahí apareció…iba destrozado, con el ánimo por los suelos pero lo había conseguido, por fin había alcanzado el caseto del avituallamiento!!, mi palabra estaba cumplida y a partir de ahí entraba en un terreno del todo desconocido. Llegamos al caseto y vi el pequeño asador donde estaban asando pequeños trozos de ternera, olía genial, entramos y así como me acerqué uno de ellos me dijo…gosta de umha bifana?? Mientras el otro hacía lo propio con una cerveza…decliné la cerveza que sustituí por una cola que hasta ahí me había sentado bien y, en ésas me encontraba devorando la bifana cuando apareció de nuevo mi compañero Dani!!!, no me cansaré de repetir que le estaré siempre agradecido por el detallazo de acompañarme y animarme durante la carrera. Le abracé y me preguntó cómo iba, a lo que le contesté que fatal, que había llegado hasta allí y que me daba muchísima rabia el haber conseguido hacer aquellos 37 kilómetros sin saber si eso me ayudaría a llegar a meta. Él con total tranquilidad sacó de nuevo el perfil de la carrera y me explicó que lo que me quedaba era todo bajada exceptuando una pequeña subida al final y remató diciéndome que la decisión de continuar dependía de mí.

En mi interior sentía unas ganas enormes de conseguirlo que me poseían, la decisión ya estaba tomada desde la salida, a pesar del frío  enorme que sentía por el viento que soplaba allí. Rematé la bifana y apuré parte del avituallamiento, como había venido haciendo, naranja, cubitos de membrillo, mis sales, rellené isotónico y agua y me despedí de Dani. Mi compañero andarín terminó su gel y me invitó a continuar. Y aquella extraña pareja bajo aquella primera pista de pedregal, yo arrastrando las piernas a los lados por los cuádriceps y él a saltitos por sus gemelos. Las palabras de mi compañero Alfredo días antes aparecieron en mi mente amenazantes…”a partir del 38 es todo bajada, pero hay que hacerlos”, aparté aquel pensamiento de mi mente y continué como pude.

Así bajamos hasta torcer a la derecha para internarnos en un bosque que caía en una fuerte pendiente que te obligaba a correr de lado…”terreno para Lolo pensé, lo imaginé derrapando y sin querer sonreí.”
El cuerpo es una máquina con una capacidad increíble y poco a poco el mío calentó y pude correr suelto, tanto fue así que el andarín no tardó mucho en darme paso porque se daba cuenta que me frenaba y por fin me solté avanzando por aquella bajada serpenteante deseando que volasen aquellos 5 kilómetros que nos separaban de la siguiente parada en Gondramaz. Cuando me di cuenta había perdido de vista al andarín para recuperarle casi en la recta de control del pueblecito, allí tomamos un caldito caliente y apenas pude comer porque mi improvisado compañero me apremió a continuar haciéndome un gesto en referencia a la luz del día que se nos agotaba.
Rellené cuando menos los líquidos y cuando levanté la vista ya no estaba allí…”de nuevo solo, pensé” y aquello me relajó. Le pregunte a un chico de la organización cómo eran aquellos próximos 5 kilómetros y él me contestó que era una bajada muy técnica con barro y mucha piedra, aquello sorprendentemente me animó y sonreí recordando lo duros que habían sido los entrenamientos del equipo que me habían llevado hasta allí superando mis propios límites, aquel era mi terreno. Había quemado muchas etapas ya, había sufrido como nunca y me había encontrado más fuerte de lo que yo mismo podía imaginar, así que me eché a correr cuesta abajo decidido a terminar y así comencé a encarar la primera bajada suelto y seguro, apenas había recorrido medio kilómetro y divisé al andarín. Bajaba con cuidado, aquella lectura me empujó todavía más a seguir a mi ritmo, le alcancé y me puse a tirar con él, la pista de bajada pasó a ser un sendero serpenteante que nos introdujo en un bosque cerrado y oscuro que seguía el curso de un torrente, atravesado este por infinidad de puentecitos que lo cruzaban.

Corría muy suelto a pesar de la carga de kilómetros que llevaba en mi cuerpo, comencé a aumentar el ritmo y a correr con agilidad esquivando las ramas y las piedras que se nos presentaban en el camino. Mil pensamientos se agolpaban en mi mente….”apenas quedan 5 kilómetros para el último avituallamiento, estoy cerca de conseguirlo…” me decía y tiraba más y más. Así continuamos a buen ritmo durante un tiempo, el sol ya declinaba y la posibilidad de tener que continuar a oscuras en aquel terreno me inquietaba, pero en ese punto de la carrera las ganas de alcanzar la meta superaban con creces al dolor o al cansancio, tanto que apenas reparaba en ellos y, entonces de manera instintiva mire el reloj una vez más…41.890 metros, estaba a punto de cumplir otro sueño, correr una maratón y dejé de verlo, ya no lo necesitaba, sólo quería llegar, alcanzar la meta y abrazarme a mis compañeros de equipo…estarían allí esperándome??...no podía dejarme caer en ese pensamiento porque se me aceleraba un montón la respiración y las lágrimas me venían a los ojos, tenía que seguir concentrado, aún faltaba mucho, aún no, entonces el reloj vibró en mi pulso y supe que lo había conseguido, me sentía mejor que nunca, con mucha alegría y felicidad y me acordé de lo que me había explicado mi Sensei Nando sobre lo relativas que eran las distancias, era cierto!!.

Ya no me importaban los kilómetros recorridos o los que faltaban, solo quería disfrutar a tope hasta la meta, fue entonces cuando al doblar un recodo para esquivar una raíz pisé sobre una piedra llena de musgo cuando patiné desequilibrándome por completo sobre el lado izquierdo, cayéndome sobre la mano izquierda, la que me había lesionado mientras entrenaba y que había protegido tanto durante toda la carrera. El chasquido en la muñeca había sido nítido pero trastabillé y no me paré, seguí corriendo sin parar…se me habría esguinzado de nuevo??...sentí un escalofrío, no podía ser, apenas quedaba nada, pero el monte era así…aunque yo estaba totalmente decidido a llegar, pensé de nuevo en Nando, en su fuerza y en su valor afrontando todo lo que había aguantado en tantas carreras, probé a cerrar y a abrir la mano  y no me dolía así que casi en un reflejo agarré sin pensar una rama para dar una curva  perfecto, el golpe me había liberado la articulación, la suerte estaba conmigo!!.

Era una señal clara de que podía llegar, así que continué avanzando a través de los recovecos de aquel bosque hasta que de pronto paramos en seco formando una fila de más o menos ocho corredores.
Había que atravesar una zona muy técnica de piedras muy resbaladizas pegadas al río y allí estaba el chico que tenía la pierna ortopédica, ayudado por dos personas, avanzaba como podía por aquel tramo que bajaba para girar bruscamente 180 grados a la derecha para seguir por un sendero paralelo  por debajo de donde estábamos nosotros, y al fijarme me di cuenta de que podía saltar por encima del tronco que tenía a mi derecha y deslizarme pendiente abajo y así adelantar a todo el grupo.

Fue pensarlo un par de segundos y salté, me deslicé terraplén abajo y una vez en el sendero eché a correr dejando atrás al grupo. Corría muy suelto, empujando, sin miedo, sin cortes ni tiempo de llegada, avanzaba ligero y con ganas de terminar aquel tramo de bosque antes de que se fuera la luz. Escuché pisadas detrás de mí y miré. Un corredor  me había seguido, le animé con la mano a que se me uniese pero no quiso o no pudo. De pronto el sendero se abrió a una pista y el techo de árboles fue desapareciendo hasta llegar a un pueblecito que debía de ser Espinho.

Corría desbocado, apretando el ritmo, asfixiado por la emoción, PODÍA CONSEGUIRLO, LLEGAR Y VER LAS CARAS DE MIS COMPAÑEROS, ESTABA TAN CERCA!!!...Me costó mucho pero aparté aquel pensamiento de mi cabeza, todavía quedaban los famosos kilómetros de barro, cómo serían??.
Seguí hasta un cruce y allí le vi, era de nuevo Dani, allí estaba animándome, me había seguido toda la carrera preocupándose por mí, me invadió una profunda gratitud al verle pero la emoción que me arrastraba era tan fuerte que no paré de correr. Él me pregunto qué tal iba y de mi garganta brotó un …”voy como una moto!!” y aceleré todavía más!!, Dani me dijo que siguiera corriendo pero al final de la recta a la derecha apareció el avituallamiento y paré, no quería fastidiar todo lo que había hecho por no comer o beber así que hice lo propio, como había hecho desde el principio, cuando estaba terminando apareció el grupo que había dejado atrás, respiré hondo, me despedí de Dani y salí de nuevo con una idea clavada en la mente…QUEDAN SOLO CUATRO KILÓMETROS!!!

Avance por una pista llana que iba serpenteando ligeramente hasta que de pronto se volvió impracticable. Estaba toda enlamada y resbaladiza, yo intentaba esquivar las balsas de lama todas pisoteadas pero llegó un punto en que me fue imposible y me metí de lleno en ellas hundiendo totalmente los pies. Aquello no mejoraba mi estabilidad, las palabras de mi compañero Chema Carpintero vinieron con fuerza a mi mente..”los pies hundidos en balsas de barro hasta las rodillas”. Aquello me hizo sujetar en firme mi euforia y agarrarme a la humildad que me había llevado hasta allí, cada vez resbalaba más, braceando para no caer, así que decidí que seguiría caminando por el medio de aquel barro. Escuché voces y miré, detrás de mí venían dos corredores portugueses, les indiqué que pasasen pero no quisieron, así que seguí avanzando y resbalando.

Ellos iban comentando detrás de mi…”mira como resbaló, este se cae, le pasamos?”, yo seguí a lo mío y después de un tiempo las balsas de lama fueron a menos y entonces corrimos paralelos a un carrero de agua, ahí los portugueses me pasaron, se notaba que conocían el terreno porque se anticipaban a lo que venía y yo entonces aproveché para pegarme a ellos con toda la energía que me quedaba que no era mucha. No fue suficiente y me dejaron atrás, me quedé solo y fui relajando el ritmo hasta que paré acusando el esfuerzo, respiré hondo e intenté seguir corriendo, pero mis piernas no podían. Caminé y lo intenté de nuevo y, nada.

Aquellos dos kilómetros de barro y aquel último esfuerzo tenían su coste, una vez más la carrera me ponía en mi sitio…”regular, regular y regular hasta el final…me dije”, así que después de parar para  lavar las zapas en el carrero de agua salí andando poco a poco y entonces milagrosamente volví a correr dejando atrás la pista y corrí calle abajo hasta un paso elevado y allí estaban los portugueses, no me habían sacado tanto, ellos al verme apretaron como pudieron, “no están mucho mejor que yo… pensé”.

El sol ya declinaba y el horizonte amarilleaba por momentos, llegaría con luz!!!, otro de mis miedos se esfumó aligerando el peso de mi corazón y de mis piernas. Enfilé el paso elevado corriendo y cuando llegué al último tramo divisé a varios corredores que salían a la carretera. Continué corriendo bordeando una rotonda y pasé a una recta larga que debía de ser la que llevaba al mercado de Miranda do Corvo, donde estaba la meta. Mi corazón latía desbocado pensando en la tan ansiada entrada, estarían ellos allí? me acordaría de hacer toda la dedicatoria completa??. Hice un esfuerzo enorme por contenerme y continué corriendo tras los portugueses llevando la respiración y tratando de botar para no gastar como me había enseñado Isma y así seguí 100, 200 metros…y de pronto los portugueses reventaron y se echaron a andar!!! Era la mía, continué corriendo sin aumentar el ritmo por miedo a que me sucediese a mí también lo mismo, ellos miraban hacia atrás ante la inminente captura, yo respiré hondo y al pasar junto a ellos, respiré hondo y les miré sonriendo. Habíamos competido y lo habíamos disfrutado. Extendí la mano con deportividad y se la choqué mientras les pasaba, …ESTABA FELIZ!!! seguí y seguí corriendo y de pronto les vi…eran mis compañeros haciéndome un paseíllo, ellos al verme estallaron en gritos de ánimo, pude distinguir la voz de Iago Vazquez gritando…vaaaaamooos juannnn vennngaaa!!!.

Aquellos gritos incendiaron mi pecho y mis piernas desbocándolas. Me eché las manos a la cara e intenté no llorar pero era imposible, todo el sufrimiento y el cansancio, la pesada carga del fracaso y del miedo a lo largo de aquellos casi 50 kilómetros habían dado paso a una inmensa felicidad que me tomaba completamente. Mi sueño se había hecho realidad, y lo había hecho POR MI Y POR MI EQUIPO, me sentía pletórico, orgulloso y fuerte, así que miré al cielo y se lo dediqué a mi madre que siempre me acompaña y comencé a esprintar con los brazos abiertos y choqué las manos de mis compañeros que habían estado conmigo durante toda la carrera, incluso los que no habían estado allí físicamente. Crucé ese pasillo de cariño gritando por dentro….VOLABA!!! Tanto fue así que iba tan lanzado que apenas pude esquivar a unos chicos de un equipo se habían parado para sacarse una foto.

Doblé a la izquierda y entré en la carpa de las cafeterías y por fin lo vi allí plantado, imponente y ya iluminado, el impresionante arco de meta  con el buitre en el centro me estaba esperando. Como no podía ser de otro modo, cuando entré en el pabellón cumplí la promesa que hice a mis peques y grite…”por Izaaan y por Zoeeee” e instintivamente me saqué el chaleco y con mi mano acaricié el nombre DE MI CAPITÁN MARCOS…esto es para ti amigo!! y bajo el arco ya sin chaleco besé mi escudo porque todo lo que había conseguido y sentía era gracias a lo que el equipo me había dado en todos los entrenamientos que me habían llevado hasta allí, en todos los consejos de mis compañeros, en todos los madrugones y en todas las veces que me había caído y mi equipo me había levantado, en todo el esfuerzo para perder peso, todo aquello había valido la pena!!!

Atravesé el arco y me pusieron la medalla, estaba muy emocionado, las lágrimas caían por mis mejillas incontenibles y entonces miré la medalla, era preciosa…envié toda mi gratitud a la persona que me animó a tirar aquel gran muro y a atreverme a intentar hacer un Ultra Trail…”GRACIAS NARDO”.
Aterricé, mis compañeros estaban tras las vallas y me llamaban, yo iba uno a uno abrazándolos con fuerza y besándolos, agradeciéndoles sin palabras su apoyo y su presencia, que habían sido tan importantes para mí.
Grandes deportistas y mejores compañeros, Iago Vazquez sonriendo al abrazarme, Loliño, Alfredo y Chema me daban la enhorabuena, hasta Dani Corvo con la de tiempo que hacía que había llegado estaba allí para abrazarme, FUE GENIAL!!!

Entonces vi a Dani y me abracé a él, agradeciéndole todo lo que había hecho por todos nosotros, un grandísimo compañero que se había puesto al servicio del equipo durante todo el fin de semana, disfrutando como el que más, sin haber podido correr.

Por último abracé a mi querido amigo y Sensei Fernando, le agradecí su confianza en mí y sobre todo le agradecí la verdad que hay en él, un lujo al alcance de pocos contar con alguien así.
ESTABA HECHO, LO HABÍA CONSEGUIDO, sabía que aquella carrera quedaría grabada a fuego en mi corazón, había tocado el infierno y el cielo de Abutres a lo largo de aquella distancia, había recibido el bautismo de una prueba cuyo lema se había cumplido en mí al pie de la letra…HABÍA VIVIDO UNA AVENTURA ÉPICA.


3 comentarios:

Unknown dijo...

Las gracias a ti, Juan....con toda esa ilusión haces que los momentos malos sean más fáciles de llevar y tú si que eres un ejemplo de compañero....

Unknown dijo...

grande juan despues del infierno llega la satifacion enhorabuena.

Unknown dijo...

grande juanito enhorabuena

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